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Desde hace algún tiempo el sistema educativo y sus actores relevantes venía advirtiendo de la necesidad de transformaciones profundas, no sólo estructurales, sino más bien desde la complejidad respecto a lo que implica educar. El sistema no daba cuenta de los requerimientos de la sociedad, sus ciudadanos y ciudadanas. Una conclusión que se extrae desde diversos ámbitos y que ha sido informado por la literatura especializada y documentales, como es el caso del documental ´Un crimen llamado educación´” del investigador estadounidense Jürgen Klaric.
La lógica de la estandarización en que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo y de la misma forma implica una señal importante que atender desde las políticas educativas y, por cierto, desde las propias comunidades educativas. Luego, la no atención oportuna a los problemas de interacción y violencia escolar al interior de las comunidades, aspectos exacerbados en los últimos tiempos, constituyen hoy aspectos nucleares donde poner los esfuerzos y las capacidades.
A lo anterior, se suma los dos años de pandemia que deja un escenario lleno de desafíos al interior del sistema educativo chileno, siendo una tremenda oportunidad para repensar la educación en términos de la sociedad que se quiere construir y proyectar. En este sentido, la Unesco propone cinco dimensiones para considerar la calidad de la educación, contemplando: la pertinencia, relevancia, equidad, eficiencia y eficacia. Las primeras cuatro dimensiones son prácticamente invisibilizadas, en general se focaliza en la medición de la eficacia, donde los resultados no son buenos. Probablemente una mayor atención a la pertinencia, relevancia, equidad y eficiencia, contribuyan a mejorar los resultados.
Es necesario abordar las brechas de aprendizaje desde la integración de saberes, competencias, perspectivas y actores. Enfatizar la creatividad y la curiosidad que van en sintonía con las nuevas corrientes de educación. Por ello, una sociedad tan compleja, cambiante y diversa como la actual requiere de cambios efectivos y profundos. Por lo tanto, debe haber consenso en valorar y definir a la educación como un pilar esencial en el desarrollo del país, a la valoración de los profesores y profesoras, a la reflexión por sobre la memorización y al apostar por un aprendizaje flexible y situado, donde la formación docente es muy relevante, tal como es posible advertir en Singapur, Japón, Finlandia y Hong Kong.
Chile enfrenta un momento estratégico donde es posible priorizar los aprendizajes post pandemia, reformular el currículo y repensar el cómo lograr mejores articulaciones entre la sociedad y el sistema educativo y sus actores, teniendo como centro establecer vínculos más efectivos de los estudiantes con las escuelas, proyectando mejores aprendizajes ciudadanos. Todos y todas estamos llamados a aportar en ello.