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Las personas estamos en permanente movimiento. Por las más diversas razones, muchas veces quien nace en un territorio se desplaza a otro donde puede encontrar mejores oportunidades para vivir, amar y trabajar. En algunas ocasiones esa decisión es libre, en otras responde a una búsqueda de mejor calidad de vida, y también en muchos casos hay personas que se han visto forzadas a migrar por razones de sobrevivencia.
En Chile hemos visto durante muchos años a personas y familias que se han ido a lo que conocemos como “primer mundo”, buscando ser acogidos y protegidos. Sabemos que no es fácil estar en un paisaje distinto, tanto desde lo geográfico como desde lo humano.
Hoy vivimos la experiencia de ser un país de acogida, donde personas y familias ponen su esperanza de una vida mejor. Necesitamos encontrar respuestas responsables ante esta realidad, y ello está mediado por la forma en que nos relacionamos con la experiencia de la migración.
El imaginario que surge al pensar en personas que migran se representa simbólicamente en la figura de una maleta. Naturalmente pensamos que el contenido de esa maleta son sueños, proyectos, esperanzas; y también dolores, frustraciones y carencias. Generalmente no consideramos que las personas migran también con recursos, con saberes, con derechos. Y esto tiene que ver con algo que puede a su vez representarse simbólicamente en la imagen de una “mochila”, que en este caso, es nuestra. Llevamos a cuestas una mochila que contiene una gran cantidad de prejuicios respecto a las personas migrantes, que pesan sobre nuestra espalda y que limitan nuestra visión de quienes no han nacido dentro de las mismas fronteras. Tendemos a ver con más facilidad lo que no tienen, a fijarnos en las noticias que muestran los errores que hayan cometido, y a interpretar su idiosincrasia con extrañeza y hasta con censura.
Si miramos a nuestro alrededor, podemos notar que desde hace mucho tiempo en nuestra forma de vestir, de comer, de aprender, de celebrar, las fronteras se desdibujan y las culturas se mezclan. Y lejos de ser una amenaza, esto nos enriquece. Como país de acogida, tenemos una gran tarea por realizar para generar espacios de convivencia que nos permitan, a unos y otros, participar en la construcción de la sociedad justa e inclusiva con la que soñamos.
En el Magíster en Migraciones, Derechos Humanos y Gestión Social de la Universidad Viña del Mar, creemos que es posible generar estrategias que permitan garantizar los derechos de todas las personas, sin condicionarlos al lugar de nacimiento. Contamos con docentes expertos en legislación, investigación e intervenciones situadas, que abarcan las distintas aristas necesarias para la reflexión y el análisis de los desafíos que tenemos por delante. Nuestra meta es que al final del proceso de formación, nuestros estudiantes puedan generar propuestas que aporten a la inclusión desde lo local, que es el ámbito privilegiado para los cambios sociales.
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