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Los recientes resultados dados a conocer por el Mineduc sobre la evaluación aplicada por la Agencia de la Calidad no hacen más que ratificar lo que se sabe respecto a las brechas de aprendizaje de los estudiantes chilenos. El Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA), dispositivo que evaluó las áreas socioemocionales, lectura y matemática en estudiantes de segundo básico a tercero medio, muestra la realidad educativa que se viene dando hace ya largo tiempo en el sistema. Esto es, los estudiantes de establecimientos particulares pagados obtienen mejores resultados académicos que los estudiantes de establecimientos públicos y subvencionados.
Ello no debería sorprendernos si se analiza a partir de los resultados históricos en las mediciones nacionales, ni tampoco a la luz del efecto esperado de la educación en pandemia. Pese al valorado esfuerzo de los profesores y profesoras del sistema y de las familias de los estudiantes por orientar y gestionar los procesos formativos en condiciones heterogéneas y en algunos casos muy precarias, no se dispone de metodologías validadas para atender una educación en línea masificada. Luego -y lo que requiere aún más estudio- es la priorización curricular definida a nivel ministerial, que siendo una medida bien intencionada, no facilitó la posibilidad de reorientar el currículo nacional hacia aquellos aspectos más contextuales y relevantes de aprender en tiempos de complejidades.
La metodología evaluativa empleada en este diagnóstico muestra esta mirada clásica de observar los aprendizajes de los estudiantes, sin hacer las necesarias adecuaciones que los tiempos demandan a la educación actual y que se proyectan en futuros escenarios.
Sin duda es muy probable que otro tipo de enfoque pueda rescatar aprendizajes más contextuales, dinámicos y situados en las experiencias reales vividas por nuestros niños, niñas y adolescentes. Con ello es difícil asegurar con demasiada certeza que no han aprendido nada o poco, quizás lo más cercano es señalar que han acumulado otros saberes que la institución escolar aún no ha podido reconocer.
Lo anterior debe movilizar el sistema escolar en orden a definitivamente repensar y reorientar el foco de la escuela como instancia favorecedora de aprendizajes en etapas tan cruciales como es la escolar, integrando todo lo que hemos aprendido como efecto de esta crisis mundial. La discusión actual no debe centrarse en los resultados evidenciados en pandemia y desde antes de ella, sino más bien en cómo nos proyectamos como sociedad desde una nueva forma de educar (nos).
El verdadero ‘terremoto y sus réplicas’ debe ser observado como una gran oportunidad que ofrece la pandemia para gestionar un currículo menos escolarizante y más potenciador de ciudadanía, que facilite también una nueva forma de evaluar los aprendizajes.
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