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En un breve repaso de las noticias nacionales que convocan al diseño como disciplina, nos encontramos con dos polémicas recientes a propósito del rol del diseñador en el espacio social. Éstas se refieren al uso de la tipografía Comics Sans en la placa del monumento recientemente inaugurado del ex presidente Pedro Aguirre Cerda cercano al palacio de La Moneda (una fuente tipográfica diseñada para niños) y el plagio en el diseño de la nueva imagen corporativa del la Corporación Municipal de Valparaíso (plagio admitido por el diseñador a cargo de este proyecto). La primera demuestra la poca comprensión del contexto en donde se instala el diseño, mientras que la segunda pone en jaque a la administración pública y su planificación, en un ejercicio burdo que relativiza la responsabilidad que le cabe al diseño, sin entender nuevamente el contexto en el que se instala.
Con estas noticias, ampliamente difundidas, da la impresión de que el diseño se ha marginado del debate social y cultural y nos hacen cuestionar el rol del diseñador tergiversando el propósito de la disciplina. Por último, la hace aparecer como una disciplina superficial y especializada como si su único fin fuera “hacer que las cosas sean bonitas” y sin ningún tipo de sustrato teórico, e incluso ético, en su práctica.
Lo cierto es que en el transcurso de las últimas décadas el diseño ha logrado posicionarse como una disciplina que agrega valor a los productos como a la interacción con el consumidor, su desarrollo en este ámbito es indiscutible y ha aportado de manera significativa a la economía productiva, sin embargo, no se puede omitir su dimensión ética relacionada especialmente a su sustentabilidad. Esto requiere que, además de la dimensión económica, debe hacerse cargo del medioambiente y de su aporte a la sociedad. Aparentemente esta mirada ha sido postergada, tanto en la formación de los diseñadores como en el ejercicio mismo de la profesión y parece dejar de lado el fin último de la disciplina, que es mejorar la vida de las personas y por lo tanto aportar al desarrollo de la sociedad en ámbitos tan diversos como la inclusión, el medioambiente, la educación, la migración, la identidad de sus comunidades, solo por nombrar algunos campos de su accionar.
El diseño, entendido como la disciplina de proyectar una forma para satisfacer las necesidades de un usuario, esta dirigido finalmente a las personas y se inserta en un campo de acción común a otras disciplinas proyectuales como lo son el urbanismo, la arquitectura e incluso la ingeniería, de esta manera la responsabilidad que nos cabe debe complementar el mero hecho transaccional y hacerse cargo también de las necesidades de la sociedad integrando de forma creativa tanto las necesidades de la empresa como también de aquellas que involucran al espacio público y social.
En palabras del diseñador argentino Ronald Shakespear, el diseño en la actualidad “no es necesario… es inevitable”. En este contexto lo inevitable nos llama a hacernos cargo, transformando al diseño en un bien público en pos de posicionarlo en un contexto contemporáneo al servicio de la sociedad en su conjunto, con responsabilidad, un alto estándar ético y con una visión integradora de nuestro territorio.
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